“En Isla Negra todo florece”, escribió el poeta. Y cualquiera que conozca este paraje singular podrá dar buena cuenta de ello. Es un lugar de paz, que invita a la calma y activa la creatividad del ser humano. Será su mar azul, su sol dorado o sus paisajes verdes. Pero es, sin duda, un lugar donde la energía fluye, donde uno puede encontrarse consigo mismo para reflexionar y crear.
No por azar, fue la casa favorita de Pablo Neruda, desbancando a sus otras dos propiedades en Chile: La Chascona (en la ciudad de Santiago) y La Sebastiana (en el bello Valparaíso). El poeta escribió en ella algunas de sus obras principales, como una parte del “Canto General” y “Una casa en la arena”, esta última precisamente inspirada en su hogar.
Pasó en Isla Negra sus últimos días, y muy probablemente también los mejores momentos de su vida. Allí vivió con algunos de sus grandes amores, pero fue Matilde Urrutia quien mayor tiempo (y de forma más intensa) acompañó al poeta en este su refugio. Ambos reposan hoy allí, juntos en una tumba, mirando eternamente al mar.
Neruda decía que la casa de Isla Negra era estrecha y alargada como el propio Chile. Y no puede haber una mejor descripción. Su forma alargada simula el camarote de un barco a veces, y el vagón de un tren otras. De hecho, en el exterior de la casa el poeta colocó a modo de decoración una locomotora y un bote. También instaló unas campanas, que hacía sonar para informar al pueblo de su llegada. La casa posee dos zonas bien diferenciadas, una más íntima y privada, compuesta por el salón, el comedor, la cocina y el dormitorio; y otra más pública, formada por una pequeña galería, el despacho y la biblioteca, principalmente.
Se trata de un lugar para sentir y descubrir cada uno de sus rincones. Isla Negra es un espacio en movimiento hacia un pasado que se ancla en el presente. Su interior recoge recuerdos de la infancia del poeta, así como innumerables piezas de colección que reunió a lo largo de su vida, siempre en conexión con su amado mar.
Neruda se describía como un “marinero de tierra firme”. Debido a ello, su casa favorita se encuentra anclada en la costa y repleta de objetos que evocan la cultura marítima: caracolas, maquetas de barcos, catalejos y mascarones. Posiblemente los más preciados objetos que guarda esta casa sean los grandes mascarones de barco que el poeta reunía. Imaginaba sus historias de vida y los bautizaba con nombres propios. Estos mascarones siempre miraban al horizonte a través de los ventanales de la vivienda, añorando el mar, como su dueño.
Sin embargo, la casa también acoge otros curiosos elementos que Neruda coleccionaba, entre ellos insectos disecados (como mariposas y escarabajos) y objetos artesanales (como pipas de fumar, figuras y máscaras) procedentes de América Latina y otras partes del mundo.
Isla Negra cumplió una función notable en la recreación del pasado del poeta, recuperando momentos destacados de su vida. Por esta razón, la casa guarda algunos objetos importantes en la infancia de Neruda, como una oveja de peluche y un caballo gigante de madera y cartón. También destacan el esmoquin con el que Neruda recogió su Premio Nobel y el famoso poncho rojo que vistió en algunas de sus fotografías más recordadas. Objetos todos ellos que narran una vida a través de los recuerdos.
Muy probablemente los espacios más significativos de esta casa son el cafetín, el despacho y la biblioteca. En las vigas de madera del cafetín, también con vistas al mar, el poeta grabó el nombre de sus principales amigos (muchos de ellos también artistas y escritores) para que siempre estuvieran presentes. En la biblioteca de la casa tuvo lugar un momento muy especial: la celebración del enlace matrimonial con su amada Matilde. En el despacho se encuentra el escritorio donde Neruda escribió algunas de sus obras más famosas. Unido al despacho, una pequeña sala donde el poeta recibía a sus invitados. Uno de las visitas más ilustres fue la del socialista Salvador Allende, amigo personal de Neruda.
Precisamente en este despacho se encuentran enmarcados algunos retratos de los más poetas admirados por Pablo Neruda, que en muchos casos fueron también amigos, como los republicanos españoles Miguel Hernández y Federico García Lorca. No hay que olvidar que la militancia comunista de Neruda y sus ideas de izquierda hicieron que se comprometiera firmemente en la defensa de la II República durante la Guerra Civil Española. De hecho, durante su etapa como cónsul chileno en París contribuyó de forma decisiva al rescate de los 2.000 republicanos que viajaron a Chile como exiliados en el famoso Winnipeg.
Neruda mostró su compromiso con los ideales progresistas hasta su muerte. Durante su vida, la casa de Isla Negra fue su principal refugio, y allí terminó también sus días. En ella recibió la noticia del golpe cívico-militar que lideró el general Pinochet contra el gobierno de Allende y la Unidad Popular, contra la democracia y el pueblo chileno.
Puede apreciarse. Esta casa tiene memoria y cuenta historias. En definitiva, no puede comprenderse Chile sin la figura de Pablo Neruda. Y Neruda no puede entenderse sin su refugio de Isla Negra. Esta casa ocupa un lugar fundamental en la vida de uno de los más grandes poetas. Esta casa conserva su espíritu y su esencia. Un lugar mágico, donde siempre volvió y hoy descansa para siempre. Todos deberíamos tener una casa en Isla Negra. Porque en Isla Negra se siente el mar y florece la vida.
Alberto Hidalgo Hermoso